[oihanesd en TXT Lab] –  Cerastoderma eduleDonax trunculus y ruditapes decussatus son algunas de las especies cuyo ritmo biológico se encuentra inexorablemente unido a la historia de las marisqueras de la cofradía de pescadores de Cedeira (A Coruña).

“El cielo es nuestro techo”, documental dirigido por Carlos Cazurro y Javier Falcó, recoge los testimonios de algunas de las mariscadoras que se iniciaron en el oficio a partir de los cursos de marisqueo que promocionó la Consellería de Pesca, Marisqueo e Agricultura, con el objetivo de facilitar la explotación de la Ría. Coinciden en que no fue fácil y es que el deseo de cotizar para las necesidades del futuro se vieron enturbiadas por la escasa regulación de la extracción de marisco y de los derechos laborales que ampararan a las mariscadoras.

Pronto se organizaron para paliar la sobre-explotación de la playa, las pocas ganancias, las capturas furtivas, el machismo y las consecuencias devenidas del poco reconocimiento hacia la labor de estas (y de otras tantas) mujeres; tesituras de las que dan cuenta las protagonistas del documental.

Cuando ellas se incorporaron al marisqueo a pie, tan habitual era que cualquiera pudiera bajar a la playa en busca de berberecho, coquina o almeja como extraña la presencia de mujeres en el mar, un ámbito tradicionalmente dominado por hombres, como en el mundo laboral en general (aquel que se desarrolla de puertas de casa hacia fuera). La de las mariscadoras converge pues con las luchas encarnadas por las mujeres en tantos y tantos ámbitos, de trabajo y de vida. Su actividad en el mar ha generado la misma extrañeza como su labor en la fábrica, el campo y la mina. Fruto de ello es la abundancia de los testimonios contados por sus colegas varones; un desequilibrio en la mirada y en las voces que se busca nivelar desde LAN.

Tal fue el extrañamiento que se dieron sendas protestas contra las “berberecheiras” en el afán de sacarlas de la playa. “Nos gritaban de todo menos bonitas”, acusan. Incluso los percebeiros,colegas de marisqueo, se unían a las manifestaciones. Aunque no tardaron en “acoquinarse” (como la coquina), cuentan: ellas cumplían con las mismas obligaciones dentro de la cofradía por lo que les correspondían los mismos derechos que a sus compañeros marineros.

Al machismo y su expresión pública hubo que añadirle que la población de marisco había descendido y apenas se capturaban 200-300gr, medio kilo, con suerte. El beneficio obtenido, con los pagos al día con la cofradía, casi no alcanzaba para costearse el viaje en autobús. Se decía, además, que los furtivos se dejaban ver de noche en la playa. Pero tampoco se amedrentaron a la hora de plantarles cara: entre todas organizaron turnos de vigilancia y con el dinero que reunieron también pagaron a un vigilante que las acompañara… sin marisco, perderían el trabajo. Más cerca de la superproducción de la fábrica que de la cadencia del medio natural, los furtivos esquilmaban la tierra bajo la superficie. Utilizaban un saco de red para arar la arena del fondo del mar; el agua arrastraba y limpiaba la arena hasta que sólo quedaba el marisco en el saco, extrayendo kilos y kilos.

En cambio, ellas han labrado y cultivado en la arena como si del campo se tratara, devolviendo el equilibrio a la playa. “Sembrábamos como en la tierra, hacíamos surcos… ¡trabajamos como leonas!”. Más dependientes de la marea que de las estaciones secas, recorren la orilla con balde y rastrillo y, si el mar lo permite, se sumergen algunos metros más allá en busca de los frutos de su cosecha; modos de hacer adaptados a un ecosistema implacable que ha hecho valer sus tiempos frente a la destrucción de otros muchos.

Cuentan las mariscadoras que, aunque fue duro, mereció la pena. Que gracias a su lucha, otras mujeres pueden incorporarse al marisqueo y vivir una vida digna gracias a su trabajo. Su preocupación, ahora, es que las generaciones que toman el relevo no olviden el esfuerzo que conllevó establecer unas bases sólidas y sostenibles tanto para el marisqueo como sus cultivadoras.