TXT Lab – LAN Festival Audiovisual Obrero 8 y 9 de Octubre 2020 en Karrantza.
Pastores en la niebla, 9 de octubre Karrantza.
«Tengo 58 años y llevo toda la vida de pastor, y seguiré de pastor mientras que pueda. No abandonaré el palo ni las ovellas ni las cabras, ni las vacas mientras pueda, porque es el oficio que a mí me gusta». Es la voz de uno de los pastores asturianos que hablan a cámara, así comienza, con un gran toro levantándose sobre sus patas delanteras por encima de los valles, Pastores de la niebla de Domingo Moreno (2013, 55′).
Este documental es un grito desesperado, uno más, de la situación a la que ha llegado lo que se ha llamado primero la España vacía; y luego, la España vaciada: la práctica extinción del pastoreo trashumante de la cordillera cantábrica, en la región de Picos de Europa.
El pastor habla como en un romance en prosa, como si estuviera repitiendo un mantra ya estudiado durante años: si algún día me ponen una cámara delante, si me preguntan, esto es lo que diré:
Un pastor de los Picos antes tenía mucha experiencia y tenía mucha inteligencia y mucha práctica. Por el sol sabían la hora que era, pero en todas las cabañas había ocho y diez pastores (…) y tener un cachín de pan así pa´ comer na´ más, y eran felices… Y ni tener sábanas en las camas y cuatro mantas… y eran felices. No había café en las cabañas, no había ni vino, ni cerveza, ni Coca-Cola, ni Fanta, ni cognac, ni chupitos, ni había nada; y eran muchísimo más felices que somos los de ahora. Las cabañas cambiaron, porque por lo menos tenemos llenura de comida y de to´, y mejor cama, mejor vestidos y mejor de to´. Porque antiguamente yo subía la orona [pan de maíz] pa´ la semana, y el que la comía en tres días… el resto problemas de él. Si la comió en tres que hubiera mirao´ pa´ que le aguantara la semana. No lo aguantó, lo peor fue pa´ él. Y no tomaban leche casi ni siquiera; lo dejaban para hacer cincuenta gramos más de queso, o cien… que ellos hacían mucha falta. Tomaban suero y la manteca. Sacaban la manteca y echaban torta… que ahora ni torta echamos ya… porque como estamos en llenura y nos viene el pan diario… Y de la manteca hacían grasa también pa´ la comida… y ean mucho más felices con todo eso que somos los de ahora.
Y efectivamente un mantra ha de ser como ya lo es el de la España vaciada o vacía, yo no lo sé, que se repite una y otra vez sin dejar de ser menos verdad. Un romance, que decía mi abuela cántabra, cuando se le repetía y una y otra vez el mismo argumento o cuando alguien no paraba de hablar sobre el mismo tema. El del pastor es un romance que viene a decirnos el mito romántico de la miseria del campo: y eran muchísimo más felices que somos los de ahora. No hace falta buscarle las vueltas,se entiende bien lo que quiere decir, pero su explicación aviva la visión de un pasado de miseria material donde solo tenían un cachín de pan así pa´ comer na´ más, y aun así eran felices… En el mundo rural de la España vaciada la nostalgia esta siempre presente, como un lamento por un modo de vida mejor ya perdido. Y es verdad y es mentira.
El campo humilde luchó durante siglos por desprenderse de la pobreza material, que al contrario de lo que se suele pensar no era patrimonio único de la vida del campo. La miseria material ha sido por mucho tiempo pareja a la vida, porque sostener el bienestar del cuerpo es realmente una excepción, una rareza existencial que ya no vemos. Ahora que las cabañas de Picos de Europa tienen mejor de todo y llenura de comida, ¿realmente vivían antes más felices de lo que son ahora? Parece que el lamento de los pastores no es por una situación material mejor sino por una situación cultural peor, pero que se manifiesta principalmente por una estigmatización del progreso material, que por otro lado es excesivo y descarado. Parece que el progreso excesivo ha traído la miseria cultural: la despoblación y con ella la desaparición de las maneras de hacer y del sustento espiritual de un modo de vida, entre la burocracia y la promesa de un mundo sin trabajo pero excesiva. Dice:
Ahora resulta que a un chaval de 12 años no le puedes mandar a recoger hierba porque es menor y estás explotando a un menor. Entonces entre los 12 y los 17 años les entra la tontería y ya… «no a la cuadra no puedo ir porque me mancho con las vacas, a la hierba no que me pican los tábanos, La juventud ya no lo quiere porque en realidad no saben ni lo que quieren. Quieren tener un puesto de trabajo, un cochazo, y el mayor tiempo libre posible. Y eso lo podrán tener cuatro o seis pero no lo podrá tener todos.
Lo confieso, yo tampoco sé lo que quiero. Será cosa del momento.
Entendamos bien al pastor. Nos sobran llenuras de todo, pero ¿qué es lo que nos sobra? Y ¿hasta dónde nos sobra? Unos padres, pastores en la infancia, migraron del campo a la ciudad en los años 70 huyendo de la miseria material del campo. Sus hijos han vivido siempre en el bienestar ―pasando por alto algunos momentos de huelgas obreras, paro y estrecheces económicas que no llegaron a notar―, pudieron estudiar y pudieron vivir una vida «liberada» del yugo del campo. En tan solo una generación. ¿Quién les devolvería ahora a la cuadra? ¿Quién les devolvería al trabajo constante y a la falta de ocio? ¿Quién les devolvería a la naturaleza más clara tras la promesa de un paraíso imposible?
Una gran amiga y compañera se siente pura naturaleza, «como esa piedra, como ese árbol» y, claro, sin duda lo somos. Y yo pensando: somos naturaleza, pero somos cultura, necesitamos mucho más que esa piedra, y nuestra vida, nuestro existir, tiene otra dimensión que no es, por ejemplo, la de una rata, supongo. En la rata esta muy presente la muerte, la fugacidad de la naturaleza. Ahora vives ahora mueres. Mientras que la muerte humana es una tragedia. Es todo un mundo el que muere. Se lo dije a mi amiga, y también le dije que la vida humana (la del individuo, la de la cultura) es un milagro, que lo normal es la muerte sin mayor drama; la muerte y la vida sucesivas. La vida de la bacteria, del hongo y de la rata. Entonces, ser naturaleza ¿hasta dónde?
El mito romántico de la miseria del campo prevalece lo puro frente al sucedáneo, lo natural frente a lo artificial, lo sano frente a lo enfermizo, lo antaño frente a lo moderno, lo auténtico frente a lo interesado, frente al artificio; la tradición frente al cambio, lo animal frente al hombre, la fuerza frente a la inteligencia… incluso el saber hacer frente al saber pensar. Así tan brutamente. Y yo tan bruto como ellos lo escribo sin matices. Pero todo no se puede decir así porque se acaba dando todo lo mismo.
La vida, la cultura, el sustento vital, el cuerpo… son muchas cosas… Llega un momento en el que el pastor de Picos de Europa responde ante el discurso de la ecología, no esquiva este problema tan de nuestros días. Se enfrenta a la habitual arrogancia del discurso y dice:
Es una pena y un dolor que se están terminando todos los pastos por no hacer una limpieza en condiciones como hacían antes los pastores. Y esos trabajaban, con idea, con afición, pa´ no quemar árboles y pa´ que estuviera todo muy guapo. Iban al monte, y donde había una jae vieja, cortaban lo viejo y salía lo nuevo. Y lo mismo da que digan que esbrozar que rozar, que como el fuego para limpiar los pastos no hay. Porque prendes el fuego y al año siguiente tien comida pa´ las cabras, tien comida pa´ las ovellas, tien comida pa´ las vacas… Antiguamente los pastores quemábamos matos: uno aquí, otro allí; y nunca los pastores quemábamos árboles en ninguna parte, ni hayas, ni acebos, ni espinos, ni fresnos, ni nada… ¡Al contrario! Plantábamos los fresnos y mirábamos por los árboles; porque los árboles nos valen a nosotros para proteger a los animales: de temporales, de pedriscas, de sol y de to´. Sabrán mucho de papeles pero de ecologismo no saben nada. Somos nosotros más ecologistas que ellos, yo sí soy ecologista de verdad [se echa a llorar] que de 365 días manejo este [mostrando su vara].
Ganarse la vida, que es el título de este pequeño texto, es el gran quebradero de la clase obrera. Cómo, con qué… Ya lo hemos visto: cómo y con qué, respecto a una naturaleza que somos y desbordamos a un tiempo, que ignoramos, a la que se nos hace ya casi imposible regresar. Ganarse la vida es ganarse la existencia, nada menos, que no por nacer nos es facilitada. ¿Aceptamos esto, o nos revelamos contra la realidad, que es revelarse contra la naturaleza? ¿aceptamos la premisa cristiana «ganarás el pan con el sudor de tu frente» que nos justifica la naturaleza, la contingencia del cuerpo vivo, que el capitalismo ha adoptado sin dilema; o tenemos la capacidad de solicitar, de pedir como derecho, «tienes derecho a» se dice, una vida que no haya que ganarse desde el nacimiento? ¿Dónde se encuentra el derecho con el privilegio? No lo sé. ¿Dónde se encuentra la posibilidad de una vida ya ganada con la (in)capacidad de renuncia material? ¿cómo volver así? ¿a qué naturaleza? ¿volver a dónde? Como humanos vivimos en una realidad culturizada pero la naturaleza no condona.
Un pastor adolescente… No nos han preparado para eso, hemos soñado. ¿Como matar el ego? Verdadera situación del obrero. No el ego muerto, sino el ego inexistente, el lujo inalcanzable. El ego no nato, el protagonismo, la autoría disuelta, matada antes siquiera de ser pensada. Cómo pensar siquiera en el ego, como un trabajador. La belleza, la vanidad, la importancia, la trascendencia, la memoria. ¿Cómo va a ser así el artista un obrero? ¿Cómo puede ser el arte una cosa cualquiera si es una cosa excepcional? Lo pregunto deveras: cómo disolverse sin perder la fuerza, la verdad y la transformación que puede dar el arte.
¿Ignorantes y felices? ¿brutos y felices?…
Un comentarista dice:
Los pastores de Picos tienen una vocación hacia el ganado, hacia los conocimientos de la climatología, hacia el entorno. Es una cosa fundamental para estar de pastor aquí. También hubo unos años en que a los pastores no se les dio la importancia que posiblemente queramos darles ahora. No digo que estén marginados pero no tienen la categoría esa que pueda tener otra persona que esté en otra profesión. El pastor siempre fue una persona solitaria, con poca cultura normalmente, aunque los conocimientos sobrepasan a muchísimas carreras. Tienen una visión sobremanera de la conservación del paisaje, del paisaje, del arraigamiento que lo tienen en las venas. Y nadie les puede enseñar lo que hay en este entorno, se la saben todas: cuándo se puede salir, cuándo hay niebla, cuándo va a tronar, es algo que no se puede trasmitir con palabras.
Volvemos al comienzo: qué podemos implementar y a dónde ya no podemos regresar. Todo esto, y más aún, en Pastores de la niebla.
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